martes, 19 de abril de 2016

La muerte te da sorpresas, sorpresas te da la muerte…

Por: Lucas Rivera Zapata
Es el sábado dos de abril, el ruido de una aspiradora que limpia las hojas en el suelo de los laureles que custodian la calle, se mezcla con el frío que se vive por los últimos días en la ciudad. El paisaje es desolador, la presencia de las personas que visitan a sus seres queridos fallecidos es poca, no superan grupos de tres  personas. En el lugar se pueden observar tres tipos de tumbas, las que sus familias visitan recurrentemente, llenan con flores, y limpian de modo que el mármol brille y llame la atención; las que podrían llamarse “normales”, tumbas que no están con deterioro y que casualmente son vestidas de algunas flores y frotadas con agua. Y también las tumbas olvidadas, que llaman la atención igual que las primeras, solo que en su caso, son lápidas que nunca más fueron visitadas y que el tiempo les ha cobrado su instancia allí; están sucias, sin flores, alejadas de aquellas que pueden bañarse cada fin de semana, están rotas.

Hoy hay conmoción en Medellín, días antes se ha anunciado que la ciudad está envuelta por una nube atmosférica de contaminación, y para ese fin de semana se ha decretado día sin carro y sin moto. También se ha avisado de un paro armado de las Guerrillas Gaitanitas o el Clan Úsuga, y han circulado por las redes sociales varios panfletos adjudicados a este grupo delincuencial. Quizás sea por esto que el cementerio Campos de paz hoy más que cualquier otro fin de semana carece de la vida que toma cuando lo visitan.    
El olor a flores se esparce por todo el lugar desde la entrada hasta la cima de la colina. En mi recorrido hay algo que me llama la atención, algo inusual entre las camas de mármol y granito: una lápida se encuentra en medio de la calle. Bernardo Antonio Marques Delgado está escrito en ella. Sin prestar mucha atención sigo mi camino por la tranquila calle que me lleva a la frontera con el club El Rodeo, donde por cierto hay tres personas jugando golf. Campos de paz no es un cementerio muy grande, pero cuando uno lo empieza a caminar nota que el cansancio de subir y recorrerlo es bastante.

El cementerio es representado por varios símbolos que me llaman la atención: El Cristo, el cual se ha convertido en el principal símbolo del lugar, obra del maestro Jorge Marín Vieco, quien se encuentra inhumado debajo de este.También está la escultura de Alejandro Castaño El barquero. El templo de las cenizas cuenta con aproximadamente 20 mil 854 cenízaros y mil 500 osarios. De todos estos símbolos hay dos que me llaman la atención: La capilla asunción y El panteón militar. La galardonada estructura arquitectónica hoy no resalta, su majestuosidad se ve opacada por el firmamento gris. Por su lado El panteón militar se destaca entre muchas de las tumbas que lo rodean, siendo este el escenario donde descansan y son homenajeados los fallecidos de las fuerzas militares.

Cuando se dice que los muertos descansan en paz, se está en lo cierto. El cementerio es un lugar tranquilo, callado. Mi recorrido es ambientado por pájaros que entonan suaves melodías. Y entre tantas aves que pueblan el lugar, las Caravanas son las que custodian a los durmientes. Estas estilizadas aves copetonas son bravas y ponen los huevos sobre las tumbas, si uno se acerca a los huevos se vuelven muy agresivas, comen lombrices y muchas veces acompañan a los sepultureros en su labor.

Cuando llego a lo más alto del cementerio me encuentro con una tumba abierta, recién habían sacado la tierra y el ataúd aún se encontraba allí, a unos pocos pasos dos hombres están poniendo una lápida, lo cual tarda aproximadamente dos horas, me dice Guillermo Galeano, un lapidador del cementerio, y agregó: “nosotros nos encargamos de cobijarlos, no más”. Después le pregunté si él trabajaba allí como sepulturero. Me dijo que no, también me señaló dónde podría estar un muerto para enterrar, y se despidió de mi diciendo: “así es la vuelta canela mijo”. Entonces proseguí en busca de un posible entierro.

En mi búsqueda de un sepelio me topo de nuevo con otra tumba abierta; está igual a la anterior y a otra que me iba encontrar más adelante. Después de bajar la colina por fin observo “el tesoro”, pero parece que se me han adelantado, está escarbada la tierra, hay una pala al lado y un extraño aparato metálico, al parecer he llegado antes que el anfitrión, solo debo de esperar su llegada. Al lado mío se encuentra una pareja que decora una tumba, mientras la observo, de una camioneta gris y pequeña se bajan dos señores, parecen ser trabajadores. Rápidamente me lanzo sobre ellos, no les doy tiempo de que lleguen cuando les pregunto:

— ¿Ustedes son los sepultureros?
—Sí. — responde uno de ellos.
— ¿Podría alguno contarme sobre lo que hacen?
—Sí, él. — Afirma el más joven mientras señala al otro.
—Mucho gusto, mi nombre es Lucas Rivera, y ¿El suyo?
—Mi nombre es Jorge Franco, en ¿Qué le puedo ayudar?

El cementerio tiene una capacidad aproximadamente de 25 mil tumbas y muchas personas poseen terrenos en este. “Pero el cementerio ya no vende terrenos porque es más rentable alquilarlos durante cuatro años que vendiéndolos”, afirma el hombre de la pala. También algunas funerarias tienen sus lotes aquí. Las medidas de las fosas son de 1,30 metros por 1,40 metros y 1,50 metros de profundidad (lote sencillo) y uno doble mide dos metros de profundidad, estos lotes solo pueden ser ocupados por personas que sean familiares, siempre tienen que ser miembros consanguíneos. Los terrenos en los cuales no hay monumentos a los muertos son los cercanos a la calle o a los barrios aledaños al cementerio.

Jorge es un padre de familia que vive en el barrio París, lleva 18 años trabajando en Campos de paz. Es un hombre pequeño, moreno, con uñas sucias y llenas de tierra, lleva puesto un overol azul que hace juego con la gorra, aunque no está haciendo sol suele fruncir mucho el ceño y mientras hablamos se pasea de lado a lado, pocas veces me mira a la cara cuando me habla y sus manos expresan a veces mucho más de lo que me dice.

—Hombre y ¿Cómo es el proceso que deben de seguir para sepultar a una persona? —Le lanzo la primera pregunta, no llevo nada preparado.
—A nosotros nos dan una lista, eso es numerado, cada tumba tiene su número, el grupo y el lote y se organizan de a cinco. Uno en esto no se puede equivocar, porque aquí hay propiedades, donde usted se equivoque ¡lo pueden echar del trabajo!
—Entonces estos lotes. — Pregunto señalando la tumba abierta:
— ¿Son nuevos?
­­­­—No, estos lotes son ya usados, ahí ve usted que son residuos de caja, aquí ya han inhumado y se va a volver a inhumar. En el momento en que se sacan los restos, nosotros no sacamos la caja.
— ¿Qué hacen entonces con ella?
—Cuando ya se va a volver a utilizar el lote de nuevo, ahí sí se saca la caja y todo, se limpia bien y se organiza. El ataúd se lo lleva una empresa de residuos peligrosos para quemarlo.

Lo días lluviosos son los más complicados para los sepultureros como Jorge, pero aun así se realiza el procedimiento. La tierra se vuelve pegajosa, los lotes se llenan de agua y hay que sacarla con balde y limpiar bien. Cuando los cuerpos de los difuntos son exhumados es más común que estos salgan enteros a que salgan en esqueleto. Los que salen en huesos son los que están cerca de los árboles (Laureles) ya que los gigantes que dan sombra se chupan el agua y por tanto los cuerpos salen secos. Las cajas metálicas también influyen en que el cuerpo se conserve más y salga entero, en cambio las de madera descomponen más fácil el cuerpo, por ende salen esqueletos.

Mientras Jorge Franco me habla mi vista se fija en el aparato metálico que guarda “el tesoro” que vine a buscar:

— ¿Qué es eso? — Le pregunto señalando el lado derecho mío.
—Ese es el defensor — Me dice mientras lo pone a funcionar.
— ahí se coloca el ataúd.
—Rápidamente me pongo nervioso, no sé qué más preguntarle, cuando de repente sale de mi boca:
— ¡A usted le ha tocado ver mucho!
—Sí, me ha tocado ver de todo.
— ¿Qué es lo más extraño que le ha tocado ver o hacer?
— ¿Lo más extraño?, exhumar. Por los olores, los cuerpos salen enteros y blancos totalmente y huelen muy maluco. Para sacar a una persona de ahí es muy difícil, toca usar un lazo.
—Y antes de que lo volviera a bombardear con mis preguntas él me expresa:
— Pero más que todo (De los muertos enterrados) son jóvenes, usted mira en todos los sectores, el 11, el 12, el 19, 16, 17, son jóvenes.

Según Jorge de un 100% el 80% de los muertos son cremaciones y el 20% inhumaciones; estas generalmente personas que han muerto poraccidentes y muertes violentas ya que se vuelven objeto de investigación.

—Jorge y ¿Cuál es el día más agitado para usted?
—Eso varía. —Esperaba que me dijera que un domingo.
— Por ejemplo hoy hay uno en todo el día.
—Cuando se arrienda, ¿Es lo mismo lo que cobran estando una tumba cerca de la iglesia o lejos? —Al fin lanzo la pregunta que me venía rondando la cabeza.
—No, eso es por estratos también. Allá abajo le vale, un arriendo, le vale cinco millones, ahí junto a la capilla. Aquí arriba le puede valer un millón, millón quinientos. Más arriba en el sector 19 es a un millón los cuatro años. Entonces es mucha la diferencia. —Y agrega:
—Y si usted quiere enterrar cerca de la iglesia tiene que dar un excedente de lo que vale el arriendo.
—El cuerpo que esperamos está en camino, llega maso menos a las 11:00 am. Hay ocasiones donde se pueden retardar hasta una hora.
—Jorge y no te ha tocado, por ejemplo cuando la gente es muy sensible, ¿De qué se tiren a la fosa o algo por el estilo? —Le pregunté apresurado porque llegara el cuerpo.
— ¡Sí! Varias veces, y toca esperar a que se salgan de ahí, las peladas se desmallan; otros hacen tiros al aire estando uno ahí, eso es normal. “Que déjeme a mí, que yo lo tapo”; coja la pala y tápelo.

En el cementerio Campos de Paz las flores que más se compran son claveles y pompones ya que tienen buena durabilidad y las que menos compran ya son más costosas, como los Anturios. Las flores no solo decoran los epitafios de los eternos durmientes, también ambientan y le dan vida a la entrada del lugar, los colores son muy variados.

—Hombre y de tantas cosas que le hacen a los muertos, ¿Cuáles son los rituales más raros que has visto? —Prosigo con la charla.
—Hay mucha gente que llora mucho, los muchachos con el vicio, les tiran aguardiente, gorras, camisetas, le ponen el bareto en la boca, se acostumbra mucho a traerles mariachis, les cantan diez canciones. Pero de lo más raro que me ha tocado a mí, fue una señora en un diciembre. “Es que mi esposo debe de tener mucho frío, entonces yo le traje esta chaqueta y estos zapatos, ¿Señor usted es tan amable de ayudarme a ponérselos?” Y por supuesto que le ayudé. Las familias chinas se sientan a comer en las tumbas y le dejan comida al muerto, nunca he visto a un colombiano hacer algo así.
—De todas esas cosas que les lanzan, ¿Cuáles objetos han sido bien peculiares? —Pregunto bastante interesado.
—Cadenas, manillas, gorras, cascos de motos… Lo más raro que he visto —Añade:
—Es entre las familias. De pronto el señor que tuvo dos señoras, ellas pelean, se agarran. Me tocó una que la hicieron volar, que si no se salía de ahí la mataban, que ella ya sabía, que sacaran a esa perra de ahí. Y también enterrar bebés, estos días hemos enterrado dos, por ejemplo ahí hay un bebecito. —Me dice señalando detrás de mí.
—También he visto brujería. —Estoy ansioso por saber que dirá.
—Por  ejemplo vi seis patas de gallina y una cajita negra;  yo pensé que era plata, y no, dentro de la caja habían fotos de toda una familia con alfileres, una trompa de marrano y muñecos. Esto más que todo lo hacen las mujeres, hermosas, en buenos carros vienen a hacer eso.

Según el sepulturero “los entierros más callados son los entierros de la gente de plata; ellos no lloran, callados. Las familias se pueden quedar todo el tiempo que quieran llorando su luto y no se procede hasta que se dé la orden. Todo se hace con el consentimiento de ellos, lo que sea, lo que quieran.

—Estoy tan conectado que no pienso en el tiempo.
—Jorge y lo que más le conmueve en su labor ¿Qué es?
—A uno le da como más nota ahí los niños. Un niño que se cayó de un edificio en Itagüí, vea yo recibí el cajoncito y la  mamá me lo arrebató, que no se lo enterrara, que dejara de ser descarado…
—Y para usted, ¿Cuál ha sido el entierro más difícil? —Le pregunto rápidamente pensando que ya se acercan con el muerto para su eterno descanso.
—Aquí en la loma, con invierno el año pasado, nos caíamos. Fue muy difícil enterrar ahí, pero ya ese sector está lleno. Y los entierros que vienen hasta más de 600 personas también, no dejan enterrar al muerto.

Me encuentro cansado, después pasar la media mañana en el cementerio solo quiero llegar a casa a almorzar.

—Para despedirme de Jorge le pregunto riendo:
— ¿Cuál es la posibilidad de trabajar de sepulturero un día?
—Eso lo tenés que hablar allá abajo. —Me responde.

Luego de estrechar las gruesas y entierradas manos del sepulturero me dirijo a sentarme bajo un árbol, espero a que lleguen con el muerto que tanto deseo ver sepultar, mientas Jorge y su compañero comienzan a echar tierra en una fosa. El buzo que tengo puesto me asfixia, tengo calor, pero aun así no me lo quito. Los minutos pasan y pasan, el hambre me dice que ya es hora de irme, pero la curiosidad insiste en quedarse. ¡No aguanto más! Han pasado 45 minutos y no se ha asomado ni una Caravana anunciando la llegada del anhelado “tesoro”.

Luego de prender la moto, decido dar una vuelta por el cementerio, y en efecto, la aglomeración de gente vestida de negro no me permite observar el féretro mientras paso a no más de tres kilómetros por hora; unos lloran, otros se alejan y otros tantos están escribiendo en su celular. Al tomar una curva observo que de un bus se bajan un grupo de hombres, erguidos, vestidos de negro pero con lencería parecida a la de un torero, unos llevan trompetas, otros guitarras…son los mariachis que van a despedir al muerto, a inmortalizarlo con sus canciones, a darle su último adiós. Luego de pasar la curva los pierdo por mi retrovisor, atrás ha quedado el comienzo de otra historia…

Bibliografía:

·       http://cementerioslaultimaparada.blogspot.com.co/2012/09/historia-parque-cementerio-campos-de-paz.html